Cuyagua es una de las playas más visitadas en la Costa de Oro aragueña, amada y cuidada por los locales, quienes no escatiman en amenazar para quien llegue con intenciones de perturbar la paz sel lugar (los carteles de bienvenida a la playa muy en claro lo dejan) a la cual se llega después de una tortuosa carretera que mantendría despierto al copiloto más dormilón, no sólo por sus irremediables piscinas de asfalto, sinó por la onírica vegetación de bosque nublado en la que te envuelve el parque nacional Henri Pittier (una de las reglas de la vía, es ir con los vídrios abajo). Es conocida por muchas cosas, sus empanadas, sus conservas, sus besitos de coco, sus hippies viajeros, sus pescadores locales... Pero por sobre todas las cosas es conocida por su principal atractivo: Las olas.
Los pescadores salen a traer su pesca diaria y, por qué no, uno que otro cuento de mar abierto
A Cuyagua van cada año miles de personas, desde expertos hasta aficionados, a probar su destreza sobre una tabla, y nosotros no fuimos la excepción. Mis amigos, surfistas cuyagueros fiebruos, no ocultaron su rostro de decepción al ver que la playa nos recibió con una mansedumbre poco usual, mostrándonos unas olas que a cualquier surfista con experiencia no le harían ni cosquillas en los pies, pero que yo en mi emoción de novata veía como los tsunamis perfectos para aprender el arte de "tragar agua por diversión" como llegué diciéndole al deporte. Lo cierto es que verlo y hacerlo son dos cosas tan distintas como dormir en carpa y dormir en chinchorro. Siempre le he tenido mucho respeto al mar, y entrar con una tabla para jugar a ser señora de las olas era algo completamente nuevo e intimidante para mi.
Héctor y Luis
Contando sólo con dos tablas, nos turnamos para esar en el agua, anhelando ellos alguna ola que les valiera una buena foto
Primero los nervios terribles mientras luchas por mantenerte sentado en la tabla, inestable ante el agua en movimiento, dándote el tiempo de imaginar los peores escenarios posibles que involucren tragar mucha agua, revolcadas, golpes, y el mayor miedo de los novatos como yo: la punta asesina. Ahí viene la ola, te volteas mirando a la orilla, deseando que te agarre y que no te agarre al mismo tiempo ¿será que la dejo pasar? No, los gritos de ánimo de mis compañeros me impulsaban, asi como me impulsaba la adrenalina de los nervios (el miedo también puede ser un motor) "¡agarra esa, rema, nada!" Era lo que oía, y yo con el pecho separado de la tabla, las piernas inmóviles y los escuálidos brazos a mil sentía cómo luchaba por mantenerme en un sólo sitio, mientras la garganta de la ola me echaba hacia atrás, como buscando tragarme, y justo cuando pensé que la tenía, una elevación y la falta de tensión me mostraron a una olita que me daba la espalda, la perdí, y así paso con la segunda, tercera, pero a la cuarta después de las correcciones que me hacían mis amigos (quienes si agarraron algunas) al sentir el jalón de la ola respiré hondo para barrer esa angustia que me apretaba el pecho, y remando con todas mis fuerzas lo sentí, la ola literalmente te agarra, y entonces dejas de pensar, te dejas llevar. Mi grito de euforia al salir empapada y llena de arena cuando luego de varias caidas logré pararme en la tabla y mantenerme unos segundos (que para mi se sintieron como horas) se escuchó en toda la playa, mis amigos aplaudieron sonriendo ante mi minúsculo y torpe logro, incluso Carlos, un hippie viajero ecuatoriano que siempre se sienta con nosotros aplaudia desde la orilla con su sonrisa de marfíl.
"¿Cuándo fué la última vez que hiciste algo por primera vez?"
"¿Cuándo fué la última vez que descubriste algo?"
Son preguntas que trato de hacerme cáda vez que la rutina absorbe mi día a día, cuando el concreto me hace olvidar la arena, cuando los edificios me hacen ignorar a los árboles, cuando el humo me cambia el color del cielo, cuando me siento adulta y dejo de hacerme preguntas. Dios nos hizo así, llenos de dudas, llenos de ganas de aprender, y nos regaló un mundo hermoso para que no dejaramos de sorprendernos y ver lo hermoso que El es.
Descubrir, aprender, vivir ¿es tan difícil respirar hondo y olvidarnos del miedo?
Aquí acostada sobre la tabla que me arrulla con su vaivén de mar de mediodía, ahora más estable que nunca, sintiendo el frío uniforme del agua salada meciendome los pies, y el sol que me empeño en llamar "venezolano" arropándome la cara, es inevitable sonreír al descubrir que el reino de las olas que tanto me atemorizaba resultó ser una quimera de descargas hormonales, algo tan emocionante y relajante al mismo tiempo. Logré pararme dos veces de las nosecuantas olas que agarré. No recordaba ni una sola de la revolcadas, ni se cuánta agua tragué, mucho menos recibí golpes de la punta que ya no veía tan puntiaguda, sólo recordaba la sensación de vértigo y emoción cuando lo logré, los pies sobre la tabla que se deslizaba, el agua fría que te recibía al caer, y la alegría con la que sacabas la cabeza a respirar. Pero sobretodo, recordaba con ambiguedad el momento exacto en el que dejaba de sentir miedo.
"Vamos al mar,
Vamos a dar vuelta a antiguas vitrolas
Vamos pedaleando contra el viento,
Detrás de las olas"