martes, 28 de octubre de 2014

Cuyagua desde el agua: el reino de las olas

Interrumpimos el aura apacible del amanecer sobre el mar con nuestra llegada, tratando dentro de lo que cabía en nuestras posibilidades, de otorgarle la solemnidad que se merecía el momento. Inhalamos el aire aliñado de salitre, tan puro y empalagoso al mismo tiempo, como quitándonos el peso de la ciudad que llevábamos a nuestras espaldas con cada paso en la arena, suavizando su saludo conforme nos acercábamos a la orilla.




Cuyagua es una de las playas más visitadas en la Costa de Oro aragueña, amada y cuidada por los locales, quienes no escatiman en amenazar para quien llegue con intenciones de perturbar la paz sel lugar (los carteles de bienvenida a la playa muy en claro lo dejan) a la cual se llega después de una tortuosa carretera que mantendría despierto al copiloto más dormilón, no sólo por sus irremediables piscinas de asfalto, sinó por la onírica vegetación de bosque nublado en la que te envuelve el parque nacional Henri Pittier (una de las reglas de la vía, es ir con los vídrios abajo). Es conocida por muchas cosas, sus empanadas, sus conservas, sus besitos de coco, sus hippies viajeros, sus pescadores locales... Pero por sobre todas las cosas es conocida por su principal atractivo: Las olas.


Los pescadores salen a traer su pesca diaria y, por qué no, uno que otro cuento de mar abierto


A Cuyagua van cada año miles de personas, desde expertos hasta aficionados, a probar su destreza sobre una tabla, y nosotros no fuimos la excepción. Mis amigos, surfistas cuyagueros fiebruos, no ocultaron su rostro de decepción al ver que la playa nos recibió con una mansedumbre poco usual, mostrándonos unas olas que a cualquier surfista con experiencia no le harían ni cosquillas en los pies, pero que yo en mi emoción de novata veía como los tsunamis perfectos para aprender el arte de "tragar agua por diversión" como llegué diciéndole al deporte. Lo cierto es que verlo y hacerlo son dos cosas tan distintas como dormir en carpa y dormir en chinchorro. Siempre le he tenido mucho respeto al mar, y entrar con una tabla para jugar a ser señora de las olas era algo completamente nuevo e intimidante para mi. 



Héctor y Luis
Contando sólo con dos tablas, nos turnamos para esar en el agua, anhelando ellos alguna ola que les valiera una buena foto





Primero los nervios terribles mientras luchas por mantenerte sentado en la tabla, inestable ante el agua en movimiento, dándote el tiempo de imaginar los peores escenarios posibles que involucren tragar mucha agua, revolcadas, golpes, y el mayor miedo de los novatos como yo: la punta asesina. Ahí viene la ola, te volteas mirando a la orilla, deseando que te agarre y que no te agarre al mismo tiempo ¿será que la dejo pasar? No, los gritos de ánimo de mis compañeros me impulsaban, asi como me impulsaba la adrenalina de los nervios (el miedo también puede ser un motor) "¡agarra esa, rema, nada!" Era lo que oía, y yo con el pecho separado de la tabla, las piernas inmóviles y los escuálidos brazos a mil sentía cómo luchaba por mantenerme en un sólo sitio, mientras la  garganta de la ola me echaba hacia atrás, como buscando tragarme, y justo cuando pensé que la tenía, una elevación y la falta de tensión me mostraron a una olita que me daba la espalda, la perdí,  y así paso con la segunda, tercera, pero a la cuarta después de las correcciones que me hacían mis amigos (quienes si agarraron algunas) al sentir el jalón de la ola respiré hondo para barrer esa angustia que me apretaba el pecho, y remando con todas mis fuerzas lo sentí, la ola literalmente te agarra, y entonces dejas de pensar, te dejas llevar. Mi grito de euforia al salir empapada y llena de arena cuando luego de varias caidas logré pararme en la tabla y mantenerme unos segundos (que para mi se sintieron como horas) se escuchó en toda la playa, mis amigos aplaudieron sonriendo ante mi minúsculo y torpe logro, incluso Carlos, un hippie viajero ecuatoriano que siempre se sienta con nosotros aplaudia desde la orilla con su sonrisa de marfíl. 

"¿Cuándo fué la última vez que hiciste algo por primera vez?" 

"¿Cuándo fué la última vez que descubriste algo?" 

Son preguntas que trato de hacerme cáda vez que la rutina absorbe mi día a día, cuando el concreto me hace olvidar la arena, cuando los edificios me hacen ignorar a los árboles, cuando el humo me cambia el color del cielo, cuando me siento adulta y dejo de hacerme preguntas. Dios nos hizo así, llenos de dudas, llenos de ganas de aprender, y nos regaló un mundo hermoso para que no dejaramos de sorprendernos y ver lo hermoso que El es.

Descubrir, aprender, vivir ¿es tan difícil respirar hondo y olvidarnos del miedo?

Aquí acostada sobre la tabla que me arrulla con su vaivén de mar de mediodía, ahora más estable que nunca, sintiendo el frío uniforme del agua salada meciendome los pies, y el sol que me empeño en llamar "venezolano" arropándome la cara, es inevitable sonreír al descubrir que el reino de las olas que tanto me atemorizaba resultó ser una quimera de descargas hormonales, algo tan emocionante y relajante al mismo tiempo. Logré pararme dos veces de las nosecuantas olas que agarré. No recordaba ni una sola de la revolcadas, ni se cuánta agua tragué, mucho menos recibí golpes de la punta que ya no veía tan puntiaguda, sólo recordaba la sensación de vértigo y emoción cuando lo logré, los pies sobre la tabla que se deslizaba, el agua fría que te recibía al caer, y la alegría con la que sacabas la cabeza a respirar. Pero sobretodo, recordaba con ambiguedad el momento exacto en el que dejaba de sentir miedo.



"Vamos al mar,
Vamos a dar vuelta a antiguas vitrolas
Vamos pedaleando contra el viento,
Detrás de las olas"

miércoles, 8 de octubre de 2014

Roraima desde arriba: En la cima del mundo

Hay cosas que son super difíciles de describir, como el olor de tu flor favorita, la mirada curiosa de un niño cuando descubre algo, esa sensación que da cuando escuchas tu canción favorita, esos momentos que dan vértigo y calma al mismo tiempo. Estar en la cima de Roraima, es uno de ellos.

Dame calma y dame vértigo


Montamos el campamento en el "Hotel sucre", el cual simplemente consiste en unas saliencias pétreas que evitaban que nuestras carpas se innundaran ante cualquier chaparrón. La cocina estaba a la izquierda, las carpas a la derecha, y la vista marciana en frente, donde los caminos rosados tal cual cuento Grimmesco sobre la piedra negra, debido a el paso incesante de los turistas que diariamente hacen un poco menos virgen al tepuy, nos guiaron durante nuestra estadía. 

Sólo expongo aquí uno de los días plasmados en mi bitacora, aún impregnada del olor húmedo del liquen, y como un abrebocas, parafraseo una frase bastante atinada que escuché en la bellísima película de producción nacional "La distancia más larga"

"Es como estar en la cima del mundo, pero mejor"

DIA 6  25/08/2014   Cañón del guácharo-Abismo-Cueva Hotel del Guácharo-Cueva Ojos de Cristal
"Hoy nos levantamos tarde, como a las 7:00am, dormí mucho mejor que ayer (A Mariana le tocó el medio y durmió malísimo). Abrimos los ojos dentro de una nube que no nos dejaba ver ni siquiera las piedras que teníamos en frente. Mariana y yo nos levantamos a hacer el desayuno, pero encontramos ya en la cocina que Giuseppe nos había robado el trabajo. Igual coronamos unas Domplinas que estaban comiendo los pemones, las cuales son como arepitas andinas hechas con harina de trigo, sal, azúcar y agua, excelentísimas. Comimos avena, nuestro desayuno habitual, con un poquito de granola que sobró de ayer. A las varguistas Hernán les llevó el desayuno a la carpa, super consentidas. Ahí mismo salimos armados con nuestros bolsos de ataque y nuestros impermeables tras Frank y Elías al Cañón del Guácharo. El camino fué subidas y bajadas entre las piedras, yo con las crocs de Cristina porque mis zapatos habían muerto (A mala hora descubrí que la humedad es la peor enemiga de las suelas). Al principio estaba algo amargada por el incidente, pero con cada paso por el camino rosado y cada Drosera que me daba los buenos días mi ánimo mejoró.
Drosera roraimae, plantita carnívora abundante en la cima, esperando con sus garritas algún insecto distraido

En el camino la pobre Andrea se dobló la rodilla, por lo que tuvo que quedarse mientras los demás continuábamos entre grietas que tenían un mundito con vegetación propia, hasta que entre rocas surgió una enorme, de 300mt de profúndidad, cuya imponencia te hacía poner el corazón chiquitito. Nos tuvimos que apoyar sobre una roca que estaba a una corta distancia del borde para asomarnos al fondo, donde los pajaritos ciegos cantaban con chillidos exponenciales, haciendo eco de su historia y sus misterios no resueltos. ¿De dónde vienen? ¿Qué comen? ¿Cómo habrán llegado allí? Cosas que aún no se saben, pero que su incógnita emociona.
Los Guácharos cuentan sus secretos entre canciones resonantes. Foto por: Mariana Lombana

Tomamos varias fotos y dimos vuelta atrás. Frank se regresó al campamento con Andrea, Ray y María, mientras que los demás seguimos hacia un abismo que había cerca. En el camino comenzó a llover, por lo que Elias nos llevó a un Hotel llamado "El Guácharo" donde nos refugiamos. Nos dió curiosidad una entrada de cueva que tenía el hotel, asi que guiados por Elías y por las ganas de explorar entramos con las únicas 3 linternas que teníamos. Fué emocionante, tuvimos que arrastrarnos para pasar por una parte super estrecha, me imaginaba a mi abuelo en caminos como este, pero jamás tocados por el hombre, llegamos a una recámara donde, si apagabamos la luz, no veíamos ni la palma de nuestra mano, sin poder diferenciar el tener los ojos abiertos de los ojos cerrados, tratamos de sumegirnos en el aura milenaria del silencio, pero algunas risitas, quejidos y bromas lo impidieron. En nuestro camino de regreso nos encontramos con una cruz hecha de piedras, y con un sustico interno salimos preguntándonos qué haría allí.
En la cima del mundo, foto por: Mariana Lombana

 Nos encontramos afuera con William y Cristina I que no habían entrado, junto con un grupo de personas que llegaron a instalarse en el hotel. El guía caraqueño al vernos emerger con la curiosidad en el rostro nos recomendó ir a  la "Cueva Ojos de Cristal" que no quedaba muy lejos. Me emocioné mucho, pues ya había leído de ella en el libro de mi abuelo. Antes de esa aventura Elías nos llevo al Abismo, al cual llegamos a los 5 minutos de camino, recibiéndonos una niebla densa que se disipó al poco tiempo, ofreciéndonos la mejor vista del viaje, con la sabana infinita extendiéndose más allá de Paraitepuy y el Kukenam al lado bañado de nubes, fué increible estar en la cima del mundo. Tomamos fotos entre vértigo, risas y asombro, compartiendo los snacks que nos quedaban. Abajo vimos campamento base, lleno de personas queriendo subir, emocionadas imaginándose lo que  conocerán, asi como yo lo estaba en su momento. Me siento alguien diferente aquí arriba, mis ansias de conocer se multiplicaron, mi curiosidad se ha duplicado, y mis ganas de vivir no se comparan con nada, este viaje ha sido una bendición gigante.
Caminamos hacia la cueva  Ojos de Cristal, la cual fué descubierta por unos checos hace como diez años, evento que causó revuelo en la sabana. Bajamos por unas piedras que escondían la entrada húmeda llena de helechos, como sacada de un libro de mi abuelo. Entramos uno detrás de otro viendo las grietas profundas llenas de agua con el murmullo de alguna pequeña caída. Nos encontramos con los "Ojos de cristal", unos huequitos misteriosos a través de los cuales se ilumina el agua con la luz de la linterna, llegamos al final a una recámara llena de grietas, con dos cascaditas y una cueva subterránea cubierta por aga. Es increíble pensar en todas las cosas que quedan por descubrir, me imagino lo que habrán sentido los que pisaron esta cueva por primera vez. Salimos como emergiendo del centro de la tierra, nos encontramos esos grillitos ciegos, como el Hydrolotus brewerii, nadando y andando, me gusta que aquí haya gente que comparta mis excentricidades y curiosidades, ser movidos por lo mismo es genial. Regresamos al campamento, yo pisando a duras penas por mi pie adolorido. Tomamos un almuerzo tardío riquísimo de pasta con atún, aprovechando luego para conversar y descansar, algunos subieron a la parte alta del hotel, pero en no mucho la lluvia nos llevó a refugiarnos en la carpa y en las conversaciones tranquilas. La cena la preparamos Mariana y yo, la cual consistió en arepitas hechas con la poca harina PAN que nos quedaba y uno de los 3 paquetes de avena que sobraba. Quedaron ricas, nos las comimos con el diablito que sobró (Como 6 paquetes) y Rikesa. Tomamos manzanilla caliente mientras Frank nos enseñaba palabras en Pemón (William también nos enseño algo, ¡una canción en chino!) y la cultura indígena, acerca de lo cual pudimos reflexionar bastante, ya que es evidente que en unos años, las verdaderas tradiciones indígenas se habrán perdido. Con cada palabra mis ganas de conocer a más gente como el, gente de otras culturas, aumenta. Nos dirigimos en la oscuridad a nuestras carpas. Este viaje ha sido lo mejor, no quiero regresar, ya estamos planeando nuestras próximas aventuras. Para terminar, fuimos a dormir "Con línea directa al cielo de tantas estrellas" (Un pequeño fragmento del diario de Francisco)"

Gala