Aproximadamente a las 3pm emprendimos nuestro rumbo hacia uno de los parajes más conocidos y amados de nuestro país: Los médanos de Coro. Me emocionó de sobremanera la idea de conocerlos por fín. Ya nos habían dado las advertencias: terminas con arena hasta donde pensabas que no podía llegar; bueno, eso estabamos por comprobarlo.
Como el sol coriano todavía resplandecía ardiente en el cielo, Víctor, nuestro amigo local nos recomendó a que esperaramos un rato a que bajara y que disminuyera la temperatura de la arena, asi que en nuestra espera fuimos a un serpentario poco ortodoxo que queda en la entrada a los médanos, lo describo así porque es un serpentario móvil. Si, MOVIL. El dueño, un emprendedor apasionado por las culebras, decidió que el hecho de no tener un local no iba a ser impedimento, así que en los asientos de un viejo autobús instaló los terrarios que sirven de hogar a las cascabeles, cuaimas piña, montañeras y demás culebras, que bellísimas nos saludaron con su mirada intrigante y su piel de colores, el señor incluso nos mostró la famosa Tarántula Azul, oriunda de esos lugares, dejando que recorriera nuestras manos con sus patitas peludas, pero se portó buenísimo y dócil (no apto para quien no simpatize con las arañas ni los reptiles)
¡Pueden pasar, queridos invitados! |
Al bajar el sol entramos al mar de arena, quitándonos los zapatos para sentirnos totalmente libres, el paraje es increíble, lomas y lomas amarillas con una brisa incesante que hacía que el suelo se moviera. Caminamos hacia la loma más alta, dando vueltas y enterrando los pies. Desde ahí se tiene una vista preciosa, adornada con cujís alrededor, la ciudad de la cual nuestro corazón salió un rato y a lo lejos el cerro Santa Ana. Con la euforia atrapada en nuestro espíritu comenzamos a hacernos parte del paisaje de la manera más divertida ¡Lanzándonos del médano! agarrando impulso y dejandonos volar por unos segundos, para luego rodar colina abajo muertos de risa y con arena hasta en las orejas, luego se sube gateando y en la cima extender los brazos para hacerse uno con el viento.
Fundiéndonos. Y a lo lejos, las pisadas efímeras de alguien que desapareció entre las colinas |
La brisa es tan fuerte que los médanos nunca están iguales, algunos aparecen y desaparecen con el movimiento constante, pudimos comprobar esta fuerza cuando luego de una hora nos percatamos de que nuestros zapatos que habíamos dejado de lado se habían cubierto casi por completo de arena.
Cada vez que veas los médanos será un momento único, porque las lomas nunca permanecen iguales. |
Allí estuvimos hasta el ocaso, donde Victor nos dijo con todo el sentido de pertenencia que se veían los mejores atardeceres, y he de admitir que tiene todos los argumentos para decirlo.
Victor no eligió nacer en estas tierras, pero sin duda se enorgullece de que le haya sucedido |
Nos quedamos quietos contemplando el horizonte cambiar de color, mientras la gran esfera naranja emprendía el descenso para acostarse a dormir. ¿Cómo es posible sentirse tan parte de algo que recién estás conociendo? más bien pienso que sitios así no somos nosotros quienes los visitamos, ellos nos conocen a nosotros, y nos hacen sentirnos un poquito más auténticos, más nuestros, nos llevan a rincones de nuestro corazón que solo podrían ser tocados al estar ahí, siendo. ¿En ese momento?
Venezuela |
Un sitio donde, escondida entre el cielo multicolor y el mar de arena, dejé una partecita de mí, y a donde volvería seguro.
Gala
Excelente historia. Definitivamente Venezuela tiene ese "no se qué" que nos atrapa con su gente, con su música, su cultura, y con seguridad, sus paisaje.
ResponderEliminarMe encantó leer tu texto, sentí exactamente la misma emoción que esa primera vez cuando fuí a allá.
Pedro Cabello Maleno