viernes, 15 de junio de 2018

Mérida desde El Bolívar: El techo de mi país

Cuando alguien te menciona la palabra "Desierto" ¿Qué es lo primero que se te viene a la mente? probablemente largas dunas de arena amarilla, brisa caliente y sol que te achicharra la piel, con unos pocos cactuses y lagartijas mostrándose como lo único vivo en la zona. Pues si, esa también era mi única percepción del desierto, hasta que conocí lo más alto de la Sierra Nevada venezolana.

Hay algo absolutamente mágico en los cambios, como el cambio de presión atmosférica, esas cositas que solo se ven si se aprende a observar bien. A medida que nos íbamos acercando a las nubes era increíble como se mostraba ante nosotros un mundo totalmente nuevo para mi, los frailejones cambiaban su aspecto de hojas anchas y aplanadas típicas del Frailejón de Octubre (Espeletia shultzii) para convertirse en churritos amarillos y delgados sin dejar de perder esa característica pelusita, ¿Sabían que hay 68 especies de frailejones en los Andes Venezolanos? y crecen sumamente lento, ¡1cm por año! así que hay que cuidarlos y respetarlos como los centenarios habitantes que son. 

Espeletia shultzii

A mayor altura las plantas se volvieron más chiquitas, los animales más escasos, hasta no ver más que unas pocas flores escondidas entre las grietas de roca negra y alguno que otro insecto, la poca vida y el ambiente árido que caracteriza a los desiertos. Con cada paso nuestros pulmones respiraban más hondo y nuestro cuerpo se sentía más pesado, sin embargo es parte de esa emoción que da la montaña, sentir los cambios del ambiente en tu propio cuerpo, en tu piel y tu organismo. Cada Rappel que hicimos en el camino a campamento Albornoz era la inyección de adrenalina que hacía falta para seguir el camino con el mismo entusiasmo que se tiene a 0msnm, incluso gracias al buen tiempo nos detuvimos a contemplar una de las vistas más maravillosas que Dios me ha regalado: El pico Humboldt en todo su esplendor, con el remanente glaciar llamándonos a conocerlo antes de extinguirse para siempre, fue sencillamente amor a primera vista, ahí le hice a ese pico la promesa casi romántica de conocernos y abrazarnos antes de darle la despedida a sus nieves perpetuas que pronto dejarían de existir.

Promesa de amor

Continuamos el camino hasta llegar a Campamento Albornoz donde montamos las carpas, compartiendo con otras dos de escaladores que se habían quedado un par de días para hacer varias rutas por la zona. Aprovechando el buen clima y los ánimos decidimos comenzar el ascenso, un pie tras de otro entre la roca oscura marcada por años de lluvia, nieve y glaciares antiguos que moldeaban lomos de ballena y caminitos sueltos. Nos dimos el gusto de contemplar el color turquesa absurdo de la laguna de Timoncitos con su agua estancada y prohibida, ¡pero que da la sensación que al adentrarte en ella entras en otra dimensión!



El camino se los hizo tranquilo, de rappel en rappel hasta Roca Táchira, donde el buen clima nos dió la despedida y comenzó una neblina fría con augurios de nieve que nos acompañó en el resto del recorrido, no es un ascenso extremadamente largo, pero el frío y la brisa nos obligaba a movernos con precaución y rapidez, confiando en nuestra cordada de reunión en reunión, caminamos sin ver los abismos, el cielo ni mucho mas allá de unos cuantos metros, pero gracias a Dios el augurio de nieve sólo fue eso, un augurio. Finalmente, agarrados de la roca a la derecha y con las nubes a la izquierda caminamos por un trecho después del cual, luego de pasar una roca grande pude ver a escasos metros aquello que me robó tantas noches el sueño, el imponente busto de Simón Bolívar inmutado y erguido, no pude contener las lágrimas, el momento que había visualizado y esperado desde hace tanto tiempo se encontraba frente a mi, el presente se hacía realidad, fui llorando desde que lo vi, todo el camino hasta que lo toqué, tocando el punto más alto de mi país a 4978msnm, lo abracé y grité desde lo más hondo de mi corazón "¡CUMBRE!" 

¡CUMBRE!

No dio mucho tiempo de celebrar, emprendimos el camino de regreso rápido para que no nos agarrara la noche, el camino se hizo corto e íbamos felices por haberlo logrado, gracias a Dios en uno de los últimos rappeles las nubes decidieron dejarnos ver parte del atardecer, y les digo, una experiencia totalmente alucinante es ver el atardecer desde un rappel.


Finalmente pasamos una noche llena de brisa que casi no nos dejó dormir, pero que nos recompensó con el más hermoso amanecer. Los pajaritos hipóxicos nos despertaron con sus cantos graciosos para tratar de robarnos pan, confianzudos sin depredadores allá arriba fueron la introducción a lo más hermoso de todo: un techo de nubes cubriendo Barinas que daba la sensación de uno poder irse caminando hasta el infinito entre pasos de algodón hacia los miles de colores que se dibujaban en el horizonte. Con un tecito caliente me senté frente a una roca simplemente a observar, a veces cerraba los ojos para respirar y sentir, solo para que al abrirlos mi corazón saltara de alegría nuevamente, quien vive esos momentos jamás cuestiona la magia de la montaña, son cosas que se quedan dentro de nosotros y nos hacen sentirnos un poquito más vivos.



No dejemos nunca de buscar lo que soñamos, no dejemos nunca de coleccionar momentos, y cuando los tengamos en frente, démonos el gusto de sentirlos, abrazarlos y hacerlos parte de nuestra historia.

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