Primera vez que entro a este blog desde hace 3 años, que publiqué mi última nota relatando un poco de mi viaje al tope de mi país: el Pico Bolívar.
Diría que mi vida ha tenido más cambios y vueltas en estos tres años, que en los anteriores 24. Con estos cambios vinieron mil dificultades pero sin duda muchísimo crecimiento del cual estaré eternamente agradecida. Uno de los cambios mas grandes se nota a leguas por el lugar donde estoy escribiendo en este momento, y que siguió los pasos de muchos otros antes y después de mí: Me fui de Venezuela.
Desde que dejé mi nidito de playas irremplazables, sapitos sonoros y sabores de casa, he pasado por una montaña rusa de emociones, pensamientos, decepciones y cambios de filosofía. Amé y amo inmensamente mi país, pero así como luego de una ruptura amorosa donde se vivió con mucha intensidad y pasión, después de elevarse tanto la caída pega fuerte. Pasé por momentos de odio, de gritar que cómo era posible con todas las oportunidades que tuvimos todavía hubiéramos caído tan bajo. Me daba rabia las limitaciones que se me presentaron para crecer profesionalmente, el estado de los hospitales, la viveza criolla que me hizo vivir varias experiencias desagradables, el sufrimiento de mi pueblo y tantas injusticias que vive día a día. Para mi propio alivio me encontré diciendo que Venezuela no existía, que la conservaba como un recuerdo utópico de algo que podía llegar a ser y no lo fue, pero que ya no era ni sería más mi hogar.
Con la frase cliché que dice que metí mi vida en dos maletas me fui, no solo del país sino emprendiendo un viaje de desprendimiento: desprenderme de emociones, de cosas materiales, de apegos y de relaciones. Creo que es simplemente una estrategia de adaptabilidad que ha desarrollado el ser humano. Cuando me encontraba en añoranzas y tristezas, pensaba en esos inmigrantes europeos escapados de la segunda guerra mundial, que dijeron adiós quizás para siempre a familiares y amigos, y yo con la bendición de tener wifi y Facetime, no me podía quejar. En tres años viví en 4 ciudades distintas, presenté los retos académicos más complicados de mi vida, conocí y despedí amigos, trabajé en el trabajo de mis sueños, conocí y aprendí de distintas culturas, encontré el amor y me casé, y comencé a construir mi propio hogar.
Pero es en esa definición de hogar donde me ha sido más difícil establecerme. Desde pequeña mi meta siempre fue graduarme de una residencia médica en el Clínico Universitario, tener una casa con vista al Ávila y conocer partes de Venezuela nuevas cada fin de semana. Dentro de mi viaje de desprendimiento he trabajado para desprenderme también de ese sueño, pero me he desprendido de tantas cosas, que me doy cuenta que no me siento de ningún lado. El solo pensar en establecerme en un lugar para siempre me da piquiña, por más feliz que esté en el sitio que estoy en el momento. No me he logrado ver en un lugar por los siguientes 5 años, mucho menos por 10, 15 o 20. Al principio pensé que era porque no había encontrado el lugar ideal, pero hoy en día entiendo que es simplemente porque mi hogar físico lo dejé en un sitio que está a kilómetros de mi, donde todo el mundo habla español, donde se hacen parrillas los fines de semana y donde hay rios, mares y montañas a menos de 1h de camino. Hoy en día tengo paz sabiendo eso. No se si encontraré un sitio al que pueda llamar hogar y que se sienta igual que la ilusión con la que crecí, pero ahora defino mi hogar como el hecho de estar con mi esposo, rodearme de personas que me quieren y con quienes puedo compartir vida, y todo eso me hace feliz. He aprendido a descubrir nueva fauna, aves con cantos distintos, paisajes que no conocía y culturas que me maravillan. Nada nunca igualará a mi primer amor con Venezuela y sus maravillas únicas, pero es reconfortante saber que sea donde sea que estemos, siempre vamos a poder descubrir y apreciar cosas bellas y nuevas.
En días como hoy que llueve mucho y huele a humedad, cierro los ojos y me transporto mentalmente a mi país, podría estar igualmente en una casita de Cata, debajo de una Churuata en Kanarakuni, en una posada de Mérida o en mi casa de Los Naranjos. Con estas imágenes en mi cabeza me decido a ir perdonando a Venezuela y a mi por todas las cosas negativas que he dicho, a agradecer por la gente valiente que sigue creyendo y dándolo todo allá, y a agradecer por la oportunidad que tuve de conocer y apreciar tantas cosas hermosas, y sobretodo, por tener el amor que me permite tener un hogar sin estar en casa, mientras sigo en la búsqueda de ese hogar físico, que sin el más mínimo apuro, espero que llegue algún día.
Gala
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