miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cuyagua desde la arena: encrucijada de viajeros

Los encantos de Cuyagua no se encuentran sólo en la paz y adrenalina que se revuelven como una merengada entre sus olas. Un viaje visto desde la arena cuenta una experiencia totalmente distinta, aún más si sales de abajo de la sombrilla y te das a la tarea de conocer a quienes hacen de la playa un sitio tan cambiante y lleno de historias. Entre las palmeras y árboles que sirven de refugio para el sol inclemente de mediodía se ven pequeños campamentos efímeros, con sus carpas, chinchorros y cocinitas de gas instaladas, territorios delimitados por piedras donde sus terratenientes venden libros, collares y artesanías.Todos los meses es posible reconocer rostros nuevos en la playa, quemados y con el sol en sus melenas, unos con acento más fuerte que otros, pero nunca puros, siempre mezclados con los tonos de tierras ajenas, y es que los hippies viajeros son un ingrediente que a Cuyagua nunca le falta. Tuve la oportunidad de conocer a Carlos, un hombre con sonrisa de marfíl en sus últimos 20s, quien sin utilizar laca lograba mantener su afro en óptimas condiciones, siempre viendote a través de sus lentecitos redondos remendados (los cuales no se quitaba ni para surfear). 

Carlos, mirando al mundo desde sus lentes redondos.


Nacido en Ecuador, venido de una familia de políticos, Carlos decidió emprender su viaje indefinido hace aproximadamente un año, con una mochila en la espalda y sin planes de tomar algún avión comenzó su camino. Había recorrido varios países, Colombia, Perú, Brasil, y finalmente llegó a Venezuela, donde llevaba unos 20 días instalado en Cuyagua, alegando que la semana siguiente iba a vender una bicicleta que tenía para financiarse un ferry que lo llevara a La Isla de Margarita. Pudo contarme muchas anécdotas de sus viajes, personas que conoció, lugares que nunca iba a olvidar, lo difícil que se le habían hecho algunos trechos y lo increible de las experiencias que había vivido. Viviendo a punta de la venta de artesanías y libros, asi como de la pesca y alguna que otra empanada, Carlos hacía su hogar de cada playa que visitaba, aproveché de comprarle un libro "La Habana Sin Tacones" de María Elena Lavaud, el cual devoré en el regreso a la ciudad. Con aire tranquilo Carlos escondía su rebeldía a los parámetros sociales entre sus dientes siempre pelados, pudimos compartir y debatir varias opiniones entremezcladas con historias, parando de vez en cuando la conversación si alguna brisa nos hacía suspirar y ver al mar. Cuando mis amigos salieron empapados cargando las tablas nos sentamos en la arena a comer alguna frutica que trajimos. Mientras ellos descansaban y conversaban sus logros sobre las olas yo me fijé en la montaña al final de la playa, donde en la cima había como una mínima choza de palos que nunca había notado. Carlos nos dijo que era "el mirador", y que la vista era increible. No tuvimos necesidad de que nos vendieran más la idea para comenzar la caminata. La playa tiene esa trancisión entre arena y piedritas pulidas de todos los colores y tipos, suavecitas al tacto, haciendo del suelo un mosaico milenario cuyas protagonistas son minerales viajeros que, como Carlos, decidieron establecerse en Cuyagua. Pasamos al lado de una casita abandonada que sirve de museo urbano para los graffiteros locales, ¡encontrándonos un camino en subida que brillaba al sol! Las rocas que lo formaban eran grises, con pequeñas superficies plateadas que reflejaban la luz como miles de estrellas en tierra (por ahí dicen que eso puede llamarse Moscovita).

La Casita

Bromelias pinchudas

La vía se llenó de vegetación protagonizada por cactus y Bromelias (puras plantas pinchudas), bellísimas, pero que los mosquitos no nos dejaron detenernos mucho tiempo a ver. 

¿Mosquitos?





Después de un ratico y de algunas picadas salimos del bosquecito para recordar nuevamente que estabamos en la costa, nos encontramos con la chozita escuálida, que brindaba sombra ante el sol de mediodía, y parados ahí, GUAO, nos encontramos con una vista increíble, la inmensidad del mar desde arriba, lo sutil de la playa abajo. Desde el risco se podían ver absolutamente todas las tonalidades de azul que nuestros ojos humanos nos permitian diferenciar. El mar salvaje parecía domesticado.


 Desde aquí, nos contó Carlos, los pescadores veían a los cardúmenes de peces en la madrugada, para ubicar sus presas antes de echar las redes. Nos tomamos un momento para disfrutar el estar sentados frente al mar manso, compartimos un "dulce de coco" que nos dió carlos, una mezcla de coco con más coco y leche condensada, diciéndonos que lo hacía una señora en una de las casitas del pueblo, uno de sus bocadillos venezolanos favoritos.

"-No puedo jugar contigo- dijo el zorro - No estoy domesticado."- El Principito


¿Cuál habrá sido su bocadillo favorito en Colombia, o Perú?  ¿En cuántos rincones escondidos como éste se habrá sentado a ver el mar? el mismo mar, tan igual y tan diferente, como Cuyagua, tan distinta desde el agua como desde la arena. Suena descabellado ir por el mundo a lo loco, como Carlos, pero al final del día ¿no son las aventuras lo que realmente recordamos? El calor de la gente y el frio del viento, sentir. Quizás no vaya a irme por el mundo de playa en playa, pero ¿por qué no agregarle un poco de aventura al día a día? No parar de descubrir hace la vida emocionante.

Y más allá del horizonte quedan muchas costas por recorrer.



Allí sentada viendo a mis amigos hablar tranquilamente con Carlos pensé que probablemente sea la última vez que lo vuelva a ver, y se convertirá simplemente en una más de mis historias, quizás yo me convierta en una de las tantas de él. Extrañamente, más que tristeza, es una alegre melancolía, como una chispa de presente que anhela las aventuras del futuro. Una pequeña historia de un rincón escondido en cuyagua, ¡cuántas más faltan por vivir!

La acuarela de Dios.



¡Quiero enamorarme de lugares que aún no he visto y de personas que aún no conozco!

Gala

martes, 28 de octubre de 2014

Cuyagua desde el agua: el reino de las olas

Interrumpimos el aura apacible del amanecer sobre el mar con nuestra llegada, tratando dentro de lo que cabía en nuestras posibilidades, de otorgarle la solemnidad que se merecía el momento. Inhalamos el aire aliñado de salitre, tan puro y empalagoso al mismo tiempo, como quitándonos el peso de la ciudad que llevábamos a nuestras espaldas con cada paso en la arena, suavizando su saludo conforme nos acercábamos a la orilla.




Cuyagua es una de las playas más visitadas en la Costa de Oro aragueña, amada y cuidada por los locales, quienes no escatiman en amenazar para quien llegue con intenciones de perturbar la paz sel lugar (los carteles de bienvenida a la playa muy en claro lo dejan) a la cual se llega después de una tortuosa carretera que mantendría despierto al copiloto más dormilón, no sólo por sus irremediables piscinas de asfalto, sinó por la onírica vegetación de bosque nublado en la que te envuelve el parque nacional Henri Pittier (una de las reglas de la vía, es ir con los vídrios abajo). Es conocida por muchas cosas, sus empanadas, sus conservas, sus besitos de coco, sus hippies viajeros, sus pescadores locales... Pero por sobre todas las cosas es conocida por su principal atractivo: Las olas.


Los pescadores salen a traer su pesca diaria y, por qué no, uno que otro cuento de mar abierto


A Cuyagua van cada año miles de personas, desde expertos hasta aficionados, a probar su destreza sobre una tabla, y nosotros no fuimos la excepción. Mis amigos, surfistas cuyagueros fiebruos, no ocultaron su rostro de decepción al ver que la playa nos recibió con una mansedumbre poco usual, mostrándonos unas olas que a cualquier surfista con experiencia no le harían ni cosquillas en los pies, pero que yo en mi emoción de novata veía como los tsunamis perfectos para aprender el arte de "tragar agua por diversión" como llegué diciéndole al deporte. Lo cierto es que verlo y hacerlo son dos cosas tan distintas como dormir en carpa y dormir en chinchorro. Siempre le he tenido mucho respeto al mar, y entrar con una tabla para jugar a ser señora de las olas era algo completamente nuevo e intimidante para mi. 



Héctor y Luis
Contando sólo con dos tablas, nos turnamos para esar en el agua, anhelando ellos alguna ola que les valiera una buena foto





Primero los nervios terribles mientras luchas por mantenerte sentado en la tabla, inestable ante el agua en movimiento, dándote el tiempo de imaginar los peores escenarios posibles que involucren tragar mucha agua, revolcadas, golpes, y el mayor miedo de los novatos como yo: la punta asesina. Ahí viene la ola, te volteas mirando a la orilla, deseando que te agarre y que no te agarre al mismo tiempo ¿será que la dejo pasar? No, los gritos de ánimo de mis compañeros me impulsaban, asi como me impulsaba la adrenalina de los nervios (el miedo también puede ser un motor) "¡agarra esa, rema, nada!" Era lo que oía, y yo con el pecho separado de la tabla, las piernas inmóviles y los escuálidos brazos a mil sentía cómo luchaba por mantenerme en un sólo sitio, mientras la  garganta de la ola me echaba hacia atrás, como buscando tragarme, y justo cuando pensé que la tenía, una elevación y la falta de tensión me mostraron a una olita que me daba la espalda, la perdí,  y así paso con la segunda, tercera, pero a la cuarta después de las correcciones que me hacían mis amigos (quienes si agarraron algunas) al sentir el jalón de la ola respiré hondo para barrer esa angustia que me apretaba el pecho, y remando con todas mis fuerzas lo sentí, la ola literalmente te agarra, y entonces dejas de pensar, te dejas llevar. Mi grito de euforia al salir empapada y llena de arena cuando luego de varias caidas logré pararme en la tabla y mantenerme unos segundos (que para mi se sintieron como horas) se escuchó en toda la playa, mis amigos aplaudieron sonriendo ante mi minúsculo y torpe logro, incluso Carlos, un hippie viajero ecuatoriano que siempre se sienta con nosotros aplaudia desde la orilla con su sonrisa de marfíl. 

"¿Cuándo fué la última vez que hiciste algo por primera vez?" 

"¿Cuándo fué la última vez que descubriste algo?" 

Son preguntas que trato de hacerme cáda vez que la rutina absorbe mi día a día, cuando el concreto me hace olvidar la arena, cuando los edificios me hacen ignorar a los árboles, cuando el humo me cambia el color del cielo, cuando me siento adulta y dejo de hacerme preguntas. Dios nos hizo así, llenos de dudas, llenos de ganas de aprender, y nos regaló un mundo hermoso para que no dejaramos de sorprendernos y ver lo hermoso que El es.

Descubrir, aprender, vivir ¿es tan difícil respirar hondo y olvidarnos del miedo?

Aquí acostada sobre la tabla que me arrulla con su vaivén de mar de mediodía, ahora más estable que nunca, sintiendo el frío uniforme del agua salada meciendome los pies, y el sol que me empeño en llamar "venezolano" arropándome la cara, es inevitable sonreír al descubrir que el reino de las olas que tanto me atemorizaba resultó ser una quimera de descargas hormonales, algo tan emocionante y relajante al mismo tiempo. Logré pararme dos veces de las nosecuantas olas que agarré. No recordaba ni una sola de la revolcadas, ni se cuánta agua tragué, mucho menos recibí golpes de la punta que ya no veía tan puntiaguda, sólo recordaba la sensación de vértigo y emoción cuando lo logré, los pies sobre la tabla que se deslizaba, el agua fría que te recibía al caer, y la alegría con la que sacabas la cabeza a respirar. Pero sobretodo, recordaba con ambiguedad el momento exacto en el que dejaba de sentir miedo.



"Vamos al mar,
Vamos a dar vuelta a antiguas vitrolas
Vamos pedaleando contra el viento,
Detrás de las olas"

miércoles, 8 de octubre de 2014

Roraima desde arriba: En la cima del mundo

Hay cosas que son super difíciles de describir, como el olor de tu flor favorita, la mirada curiosa de un niño cuando descubre algo, esa sensación que da cuando escuchas tu canción favorita, esos momentos que dan vértigo y calma al mismo tiempo. Estar en la cima de Roraima, es uno de ellos.

Dame calma y dame vértigo


Montamos el campamento en el "Hotel sucre", el cual simplemente consiste en unas saliencias pétreas que evitaban que nuestras carpas se innundaran ante cualquier chaparrón. La cocina estaba a la izquierda, las carpas a la derecha, y la vista marciana en frente, donde los caminos rosados tal cual cuento Grimmesco sobre la piedra negra, debido a el paso incesante de los turistas que diariamente hacen un poco menos virgen al tepuy, nos guiaron durante nuestra estadía. 

Sólo expongo aquí uno de los días plasmados en mi bitacora, aún impregnada del olor húmedo del liquen, y como un abrebocas, parafraseo una frase bastante atinada que escuché en la bellísima película de producción nacional "La distancia más larga"

"Es como estar en la cima del mundo, pero mejor"

DIA 6  25/08/2014   Cañón del guácharo-Abismo-Cueva Hotel del Guácharo-Cueva Ojos de Cristal
"Hoy nos levantamos tarde, como a las 7:00am, dormí mucho mejor que ayer (A Mariana le tocó el medio y durmió malísimo). Abrimos los ojos dentro de una nube que no nos dejaba ver ni siquiera las piedras que teníamos en frente. Mariana y yo nos levantamos a hacer el desayuno, pero encontramos ya en la cocina que Giuseppe nos había robado el trabajo. Igual coronamos unas Domplinas que estaban comiendo los pemones, las cuales son como arepitas andinas hechas con harina de trigo, sal, azúcar y agua, excelentísimas. Comimos avena, nuestro desayuno habitual, con un poquito de granola que sobró de ayer. A las varguistas Hernán les llevó el desayuno a la carpa, super consentidas. Ahí mismo salimos armados con nuestros bolsos de ataque y nuestros impermeables tras Frank y Elías al Cañón del Guácharo. El camino fué subidas y bajadas entre las piedras, yo con las crocs de Cristina porque mis zapatos habían muerto (A mala hora descubrí que la humedad es la peor enemiga de las suelas). Al principio estaba algo amargada por el incidente, pero con cada paso por el camino rosado y cada Drosera que me daba los buenos días mi ánimo mejoró.
Drosera roraimae, plantita carnívora abundante en la cima, esperando con sus garritas algún insecto distraido

En el camino la pobre Andrea se dobló la rodilla, por lo que tuvo que quedarse mientras los demás continuábamos entre grietas que tenían un mundito con vegetación propia, hasta que entre rocas surgió una enorme, de 300mt de profúndidad, cuya imponencia te hacía poner el corazón chiquitito. Nos tuvimos que apoyar sobre una roca que estaba a una corta distancia del borde para asomarnos al fondo, donde los pajaritos ciegos cantaban con chillidos exponenciales, haciendo eco de su historia y sus misterios no resueltos. ¿De dónde vienen? ¿Qué comen? ¿Cómo habrán llegado allí? Cosas que aún no se saben, pero que su incógnita emociona.
Los Guácharos cuentan sus secretos entre canciones resonantes. Foto por: Mariana Lombana

Tomamos varias fotos y dimos vuelta atrás. Frank se regresó al campamento con Andrea, Ray y María, mientras que los demás seguimos hacia un abismo que había cerca. En el camino comenzó a llover, por lo que Elias nos llevó a un Hotel llamado "El Guácharo" donde nos refugiamos. Nos dió curiosidad una entrada de cueva que tenía el hotel, asi que guiados por Elías y por las ganas de explorar entramos con las únicas 3 linternas que teníamos. Fué emocionante, tuvimos que arrastrarnos para pasar por una parte super estrecha, me imaginaba a mi abuelo en caminos como este, pero jamás tocados por el hombre, llegamos a una recámara donde, si apagabamos la luz, no veíamos ni la palma de nuestra mano, sin poder diferenciar el tener los ojos abiertos de los ojos cerrados, tratamos de sumegirnos en el aura milenaria del silencio, pero algunas risitas, quejidos y bromas lo impidieron. En nuestro camino de regreso nos encontramos con una cruz hecha de piedras, y con un sustico interno salimos preguntándonos qué haría allí.
En la cima del mundo, foto por: Mariana Lombana

 Nos encontramos afuera con William y Cristina I que no habían entrado, junto con un grupo de personas que llegaron a instalarse en el hotel. El guía caraqueño al vernos emerger con la curiosidad en el rostro nos recomendó ir a  la "Cueva Ojos de Cristal" que no quedaba muy lejos. Me emocioné mucho, pues ya había leído de ella en el libro de mi abuelo. Antes de esa aventura Elías nos llevo al Abismo, al cual llegamos a los 5 minutos de camino, recibiéndonos una niebla densa que se disipó al poco tiempo, ofreciéndonos la mejor vista del viaje, con la sabana infinita extendiéndose más allá de Paraitepuy y el Kukenam al lado bañado de nubes, fué increible estar en la cima del mundo. Tomamos fotos entre vértigo, risas y asombro, compartiendo los snacks que nos quedaban. Abajo vimos campamento base, lleno de personas queriendo subir, emocionadas imaginándose lo que  conocerán, asi como yo lo estaba en su momento. Me siento alguien diferente aquí arriba, mis ansias de conocer se multiplicaron, mi curiosidad se ha duplicado, y mis ganas de vivir no se comparan con nada, este viaje ha sido una bendición gigante.
Caminamos hacia la cueva  Ojos de Cristal, la cual fué descubierta por unos checos hace como diez años, evento que causó revuelo en la sabana. Bajamos por unas piedras que escondían la entrada húmeda llena de helechos, como sacada de un libro de mi abuelo. Entramos uno detrás de otro viendo las grietas profundas llenas de agua con el murmullo de alguna pequeña caída. Nos encontramos con los "Ojos de cristal", unos huequitos misteriosos a través de los cuales se ilumina el agua con la luz de la linterna, llegamos al final a una recámara llena de grietas, con dos cascaditas y una cueva subterránea cubierta por aga. Es increíble pensar en todas las cosas que quedan por descubrir, me imagino lo que habrán sentido los que pisaron esta cueva por primera vez. Salimos como emergiendo del centro de la tierra, nos encontramos esos grillitos ciegos, como el Hydrolotus brewerii, nadando y andando, me gusta que aquí haya gente que comparta mis excentricidades y curiosidades, ser movidos por lo mismo es genial. Regresamos al campamento, yo pisando a duras penas por mi pie adolorido. Tomamos un almuerzo tardío riquísimo de pasta con atún, aprovechando luego para conversar y descansar, algunos subieron a la parte alta del hotel, pero en no mucho la lluvia nos llevó a refugiarnos en la carpa y en las conversaciones tranquilas. La cena la preparamos Mariana y yo, la cual consistió en arepitas hechas con la poca harina PAN que nos quedaba y uno de los 3 paquetes de avena que sobraba. Quedaron ricas, nos las comimos con el diablito que sobró (Como 6 paquetes) y Rikesa. Tomamos manzanilla caliente mientras Frank nos enseñaba palabras en Pemón (William también nos enseño algo, ¡una canción en chino!) y la cultura indígena, acerca de lo cual pudimos reflexionar bastante, ya que es evidente que en unos años, las verdaderas tradiciones indígenas se habrán perdido. Con cada palabra mis ganas de conocer a más gente como el, gente de otras culturas, aumenta. Nos dirigimos en la oscuridad a nuestras carpas. Este viaje ha sido lo mejor, no quiero regresar, ya estamos planeando nuestras próximas aventuras. Para terminar, fuimos a dormir "Con línea directa al cielo de tantas estrellas" (Un pequeño fragmento del diario de Francisco)"

Gala

domingo, 28 de septiembre de 2014

Roraima, desde abajo: la gran montaña azul

¿Recuerdan la primera vez que se enamoraron? Esas cosquillitas en la barriga cuando sabias que ibas a ver al susodicho, ese temblorcito interno que llenaba de angustia y emoción tu mente adolescente, imaginando escenas de película que narraban cómo sería ese encuentro, ese contacto visual, y más atrevidamente, ese primer beso. Una ansiedad divertidísima super parecida fué la que estuvo persiguiendome durante más de un mes, el día que me invitaron a uno de los viajes más increibles que he hecho: Roraima.

El libro que escribió mi abuelo acerca de Roraima fué mi fiel acompañante durante los preparativos previos al viaje, y claro, la ayuda y experiencia de mi mamá tampoco podía faltar.

La aventura comenzó con sólo esa invitación, ya que del grupo de 15 personas, apenas conocía a dos, pero eso más bien le agregó un condimento de emoción al viaje imaginario, con el que soñé desde el día uno hasta el momento de subirme al autobús. Nos montamos sobre los hombros nuestras mochilas cargadas con algo de peso, poquísima ropa y llenas de entusiasmo. Tomamos un autobús que salía de Puerto La Cruz hasta San Francisco de Yuruaní, un pueblito turístico donde las artesanías y las empanadas contimentadas (con bachaco creo yo) cobran protagonismo, asi como los pemones que le ofrecen a los turistas un poco de tradicionalidad mezclada con los efectos infalibles de la globalización, que a la mayoria de los visitantes para nada incomodan, sintiéndose aventureros con sólo probar un vestígio de lo que son las costumbres indígenas. Después de un viaje tortuoso llegamos, y de allí sin descansar tomamos un jeep hasta Paraitepuy, que en pemón significa "Sandalia" ya que según sus leyendas, ahí fué donde uno de sus tantos dioses dejó sus sandalias para descansar. Se trataba de una comunidad pequeña, con casitas distribuídas entre colinas que dirigian los senderos por conucos y planchas con casabe fresco, bajo la mirada inocente de morenos niños achinados, quienes nos sonreían con pena y curiosidad, ocultándose detrás de sus manitos tiernas o apartando la mirada entre risas, todo tenía un aura interesante, pero no te dabas cuenta de su verdadera mística hasta que subías la mirada y veías hacia el frente. Sentí el corazoncito bailando miles de canciones juntas cuando lo vi, al que tenía tanto tiempo queriendo conocer. Entre las nubes que llenaban un cielo antipáticamente gris se asomó un tepuy tímido, dándonos la bienvenída. Ahí fué donde realmente comenzó todo.

El cielo de Roraima en agosto no siempre sonríe, ya que es temporada de lluvia


Roraima, la gran montaña azul (rora-ima) para los pemones, intacta, sabia y milenaria.
No puedo describir lo que fué todo mi viaje, uno de los mejores que he hecho, uno que aviva la pasión juvenil escondida hasta en el más anciano. He aquí uno de los días, antes de subir al a cima, tomado de mi fiel diario, quien permaneció seco desde el primero hasta el último día. El viaje consistió en tres días subiendo, tres días en la cima y tres días bajando.



DIA 3 12/08/2014.      Kukenam-Campamento Base
" Estoy escribiendo desde la carpa de Cristina y Francisco, a donde vinimos Mariana y yo para conversar y escribir un poco. Hoy nos levantamos a las 6:00am, con un clima tan rico que sólo el cielo azúl fué lo que me motivó a salir de mi sleeping, ante las quejas en broma de Mariana. Recogimos todo rapidito, desayunamos bollitos con diablito (buenísimos) aprovechándolos al máximo bajo la advertencia de que no comeríamos hasta llegar a la base. Me puse la ropa mojada, pero con lo caliente del sol se secó en un dos por tres, y con lo lindo del día lo que provocaba era darse un chapuzón en el rio helado, sin importar  mojarse otra vez. Emprendimos la marcha entre bromas donde el pudor definitivamente no nos acompañó, y el bullying colectivo era el protagonista, nadie se salvó. Caminamos con la vista fija en el tepuy y los ánimos a mil. La mayor parte del camino estuve atrás con Marco y Mariana, y otras veces anduve sola, parando a veces para recoger agua en algún riachuelo semivirgen que encontrara. Marco nunca dejó de estar pendiente de los que se quedaban atrás, realmente se portó como un super buen organizador.Cada vez nos acercábamos más y más a Roraima, aumentando exponencialmente la emoción de conocerla. 
Entre subidas y bajadas el rio Kukenam con sus aguas turbulentas nos dió la bienvenida. Cruzarlo a pie agarrado de una cuerda es parte divertida de la aventura


Muchas veces que me queda sola veía hacia adelante, casi sin creer que estaba frente a ese gigante milenario, cada paso más cerca. Disfruté muchísimo mi soledad, parando para fijarme en los detalles, la vegetación baja y los troncos quemados, que Thilo (el hijo del guía), me contó fueron árboles de un bosque que se quemó, dándo orígen a la sabana. Andar sola y andar acompañada eran como dos viajes distintos, donde disfrutaba de modos diferentes, pero ambos me encantaban. Al tiempo de caminata me comenzó a doler mucho el pie, pero sin embargo llegué bajo la lluvia a la base, pudiendo apreciar una de las vistas que más me ha dejado sin aliento en mi vida. Me quité las botas, armé la carpa con Francisco, y andamos descalzos, embarrialados y felices por el campamento. La zona de nuestras carpas estaba llena de barro, quedaba al lado de una chozita donde pusimos los bolsos y la cocina. Habían otras mejores, pero eran para aquellos que habían pagado más, la vida del estudiante es dura. Igual estábamos felices. 
Debo confesar que apenas vi el anuncio de inparques que decía "bienvenidos a campamento base"  el suspiro que dí fue bastante de alivio, estábamos cansados. Nos tomamos muchas fotos que no daban justicia a lo que veíamos: un tepuy despejado, inmenso, con su pared rajada de colores terrosos, sus saltos cayendo como hilos blancos, las nubes como gorgoteante espuma bajaban de la cima, y el bosque a sus pies. Ojalá pudiera retratarlo, describirlo, pero son cosas que sólo se entienden cuando se ven, inexplicables. 


Sin palabras

Almorzamos lo que estaba planeado para la cena ya que teníamos MUCHA hambre, pasta con atún y vegetales, buenísima, y las bromas entre los miembros para nada discretos de nuestro grupo hicieron que me doliera la barriga de tanto reír.
Olvidé mencionar que me emocioné muchísimo con el cambio de vegetación, sobretodo cuando vi por primera vez en persona una Stegolepis guianensis. En cierto momento apareció un hippie simpático y coqueto que habíamos visto en Kukenam, y que sabía bastante de fauna y flora. Nos enseñó varias plantas, entre ellas la Epidendrum secundum que tanto deseaba conocer, y que en libros se veía mucho más grande, el sabía mucho, y resulta que conocía a mi abuelo, para rematar era medio primo mio, Ricardo Capriles se llamaba, ese apellido que nos une a todos los de venezuela, excusa que usamos desde entonces para llamarnos primos entre todos, que pequeño el mundo, ¡incluso cuadranos con él alguna subida al pico Humboldt!. Al anochecer brindamos con Toddy por nuestra llegada y el cumpleaños de Mei, motivo por el cual también le picamos una tortica super cuchi de zanahoria. Jugamos entre todos a "la eliminatoria" como si estuvieramos en un reality show, cuyas reglas y motivos para eliminar desconocíamos, pero que nos divirtió de todos modos. Después de eso calabaza calabaza, cada quien para su carpa. Para cerrar con broche de oro, la noche estaba indescriptiblemente bella, salpicada de infinitas estrellas. Vimos satélites, estrellas fugaces, y nos permitimos soñar despiertos por un ratico, aunque nadie estaba dispuesto a echarnos algún cuentico o anécdota fantasiosa, asi no fuera verdad, pero sólo para ayudarnos a hacer volar nuestra imaginación un poquito más. Ahorita Mariana y yo estamos en carpa ajena, conversando hasta que nos venza el sueño. Éste viaje ha sido lo máximo, y me emociona el solo pensar en todo lo que vendrá" 
Gala


viernes, 11 de abril de 2014

Caracas camaleónica

Caracas. Caracas. Caracas. Una palabra que estoy segura tiene un agridulce significado para muchos, inclúyome en ese gran grupo. Una ciudad que tiene la virtud de hacernos sentir la pertenencia propia de un acogedor hogar, entre sus sapitos que cantan en las noches haciendole fondo musical al mar de luces titilantes y móviles, rojas, naranja, amarillas y blancas que bailan al son del frio caraqueño, a los pies de un Ávila imponente. Si, esa es mi Caracas, la Caracas del este con el Ávila de Altamira, la Caracas del oeste con San Bernardino a tus faldas, una ciudad con la habilidad de ser tan temida como amada.

Enmascara con sutileza su peligro al caminar por las calles empedradas del centro, acogiendo la mirada curiosa del espectador. No pude ocultar mi sonrisa muda ante el esplendor de la Asamblea, con sus estatuas centenarias con los ojos vendados, guardando esa justicia que el pueblo lleva años exigiendo, pero que ha sido opacada por vendedores ambulantes frente a los letreros políticos, adornados con arte callejero irreverente, una de las pocas formas de expresión social que realmente está a la vista de todo el mundo.

El metro, esa bestia escondida en las entrañas de la ciudad, que te empuja a su interior vestido como caja de pandora, sin clave alguna de lo que se podrá encontrar en su interior, donde algunas veces se entra caminando o se entra flotando en un tumunto de gente, quejidos y sudor. Se podría escribir un gran libro sólo describiendo a los personajes que diariamente entran a los vagones del metro, cazando puestos vacíos, cediéndolos a las embarazadas barrigonas, y algunos más gentiles a los ancianos arrugados. El metro es un tema tan interesante, que preferiría hacer un post dedicado exlusivamente a él.

Bajamos del vagón con la misma inercia con la que subimos, en nuestra ida a la estación de Antímano decidimos hacer una parada como inexpertos turistas en la estación de Capitolio, encontrandonos en el exterior con la Caracas humana y desordenada, de múltiples olores y colores, con basura rodeando a los vendedores de jugo, a las madres cargando a sus muchachitos y a los que se daban una siesta en el piso, producto de una noche pasada en licores. Caminamos entre la gente dudosos de nuestro rumbo, guiados por una amiga que conocía la zona. Con los sentidos alerta, como si de una jungla se tratara llegamos a la plaza O'leary hermosa y mantenida, con sus fuentes y bancos ocupados (¿Sabían que las fuentes de las plazas fueron diseñadas para refrescar el ambiente en las mismas? Y qué acertado, buen dato de un futuro arquitecto) nos quedamos absortos en toda la infraestructura que rodeaba a la plaza, incluído el majestuoso teatro Junín, y por un momento nos imaginamos en los viejos años de la ciudad de los techos rojos, esperando para entrar a una función llena de risas, chismorreo y peinados extravagantes. Pero al salir de nuestro viaje en el tiempo caímos en cuenta de que ya las cosas no son iguales, y que llevábamos mucho tiempo en el mismo sitio, era hora de moverse. Cómo han cambiado los tiempos.


Teatro Junín 1954

Con melancolía vieja como la ciudad en el alma, seguimos nuestro camino hasta llegar a las escaleras del Calvario, son tan largas como dicen, desde abajo no se ve lo que hay arriba, sólo unas enormes letras en colores nacionales que citan "TE QUIERO CARACAS". Tardamos algunos minutos en subir, pisando entre mugre y olor a orine, pero al llegar a la cima, a pesar de las respiraciones forzadas el sentimiento es de dominancia mundial, la vista es hermosa, y al mirar hacia atrás, un camino de asfalto entre montones de árboles incentivó nuestra curiosidad, y seguimos caminando, para descubrir uno de los sitios más hermosos y escondidos de Caracas, sin duda, para mi, uno de los secretos mejor guardado de la ciudad: el parque Ezequiel Zamora, antiguamente llamado parque El Calvario. 


Alejandro viendo la ciudad


Desde arriba seguimos pasadizos de caminerías y árboles, encontrándonos con bustos de próceres inmóviles e indios furibundos en un ambiente tan agradable que nos permitimos relajarnos simplemente al caminar, se podían ver familias con sus hijos, parejas tomadas de la mano, pasamos por una estación policial y por una pequeña plaza con una fuente, donde jóvenes bohemios le tomaban fotos a un perro local que despreocupadamente se bañaba, todo rodeado de vegetación imponente y personajes ilustres. Captó mi atención la inmortal Teresa, vigía del parque, señora de décadas de sobriedad, con su mirada apacible dándo espaldas al desorden de la ciudad.


Teresa Carreño

Llegamos a la parte externa de una bella capilla amarilla que veía hacia la ciudad, de donde corrimos con nuestra presencia a una pareja que buscaba un momento de intimidad. Nos apoyamos en la baranda de concreto y por unos minutos nadie habló. Caracas, Caracas Camaleónica, los tendederos y edificios de múltiples colores, los gritos, las cornetas, los gestos de amabilidad, el peligro de su gente, el apacible parque donde nos encontrábamos, todo es Caracas.


Parque Ezequiel Zamora, al fondo se observa la capilla amarilla y el cafétín con su anuncio en rojo

Regresamos por donde vinimos parando antes en una hermosa cafetería también allá arriba (de verdad me encantó el lugar) donde nos sacudimos el calor. Al estar de nuevo en la cima del mundo, con las escaleras a nuestros pies y el mar de gente cientos de escalones abajo, decidí dejar un poquito de mi corazón en ese escondido parque, esperando a que algún día vengan tiempos mejores, y pueda decir que mi Caracas Camaleónica cumplió la promesa que le hizo a la Caracas de antaño, la promesa a Teresa, la promesa a sus abuelos, la promesa que sus hijos no hemos cumplido.

"Tanto, tanto que iba a hacer, y me quedé en un canto, canto que no se, si moriré esperando tu volver, o viviré para recibirte con un café"

¿Cómo no voy a esperar, esperarte, esperanza?