Comenté previamente una ligera sinópsis de lo que fué mi viaje al Hato El Cedral, experiencia que en su totalidad me dejó gratamente sorprendida, sin embargo quise guardar una pequeña parte de esos días para escribirla en un post aparte ya que fué una experiencia que me mostró otra cara del llano, una más pura y autóctona, que a pesar de lo globalizado que está el mundo, sigue teniendo esa vigencia de la que cantan muchos copleros aún hoy en día: cabalgar la Sabana.
El hato ofrece varios planes, entre ellos está dar un paseo a caballo por un pedacito de sus miles de hectáreas. Ese olor áspero de la tierra con el aroma suave y crudo de los caballos es una mezcla que recuerda tanto a mi infancia como la canción "Apure en un viaje", siendo hija de veterinarios (uno especializado en equinos) aficionados al team penning (competencia en la cual un equipo de jinetes tiene que encerrar a cierto número de becerros entre un montón de ellos dentro de un corralito en el menor tiempo posible) mi infancia transcurrió bastante entre caballos sudorosos con sus ojos dulces, botas, tierra, sombreros, cerveza y cuero, por lo que montar a caballo no era algo para nada ajeno a mi, sin embargo llevaba ya bastante tiempo sin practicarlo y el pensar en hacerlo de nuevo me encendió una chispita de emoción en el pecho. Daniela, una amiga con quien fuí al viaje, y yo llegamos al corral, donde nos esperaba un viejo llanero comeaños de pura cepa con su sombrero de cuero, Jesús se llamaba, hablando con ese cantao del llano que corta de 5 palabras, 5 y media, de las cuales la mitad no se oyen jamás en las regiones centrales del país, además con esa personalidad "regia" que portan los hombres en esos lugares, me encanta la gente tan autóctona. Luego de preguntarnos si teníamos experiencia nos asignó los caballos, el mio era uno moro que se llamaba "Barrilito" mientras que el de Daniela tenía tocayas por todo el hato, se llamaba "Garza Morena". Después de presentarme con unas caricias y palmaditas en el cuello montamos y arrancamos. Con nosotros iba también un señor turista con ínfulas de coleador, quien pidió el caballo más bravo y comenzó a correrlo apenas salimos, haciendo caso omiso a las advertencias del llanero Jesús, mantengan en su mente a este señor a quien llamaban "Samy" que después les voy a echar un cuentico de él.
Salimos. Si el llano les parece bello, no van a tener palabras para describirlo si lo cabalgan. La sabana nos recibió con su infinita vida, vida en el suelo, vida en el aire, nosotros vivos, vivísimos, sobre nuestro compañero y cómplice que tomaba estas tierras por hogar. Cabalgamos horas sintiendonos uno con el horizonte, es cómico como se avivan los sentidos y cambia la perspectiva cuando te sientes realmente dentro de un sitio, casi podíamos tocar las coro coras en vuelo, nos mojamos los pies al pasar por el caño donde los caballos se pararon a tomar agua, incluso vimos en un caño más hondo cómo desaparecía entre la bora un pobre patito que fué devorado por una baba gigante (no fué tan dramático como suena, ¡realmente el pobre patito desapareció en un segundo! Nos sentimos dentro de una pintura, cambiando sus tonalidades conforme se acercaba la tarde, desapareciendo el sol inclemente y apareciendo una agradable brisa de esas que avisan que la noche no está lejos. Sobre las sillas de todos habían unas mantas, que Jesús nos advirtió que no perdieramos por nada del mundo.
-"jesa es pa' cuando a uno le agarra la noche por la sabana, o pa' cuando la ribazón arrecia, no se le vaya a caer mija, que están caras y no quiero después andar pasando frio" respondió el llanero cuando le pregunté para qué eran. Me imaginé las aventuras del señor Jesús, arreando ganado por días mientras le canta al infinito (porque le oimos cantar algunas suaves coplas como para sus adentros), durmiendo bajo los árboles frente a los caños, cuidándose de algún ánima por ahí. Autóctono y digno de la pluma eterna de Rómulo Gallegos.
Emprendimos el regreso trotandito por los caminos más transitados, la trilla de los camioncitos, y los caballos comenzaron a agitarse cuanto más nos acercabamos a la querencia, lo cual siempre sucede, situación de la cual se aprovechó nuestro amigo "Samy" para darle rienda suelta a su caballo y sentirse el más reacio del llano, pobre señor citadino, al parecer no le habían dicho que cuando un caballo se desboca no hay quien lo pare, y en unos segundos pudimos ver realizada la advertencia del llanero Jesús al principio, cuando casi en cámara lenta el señor salió volando por los aires, aterrizando sobre su brazo, y sus minutos gloriosos como dueño del llano terminanron con una fractura de húmero.
Nunca deseches el consejo de un sabio anciano llanero.
Gala
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