Los que vivimos en Maracay sabemos lo famosa que es la más transitada ruta del Henri Pittier, un camino que es conocido tanto por deportistas entregados, como por personas que sólo tienen las ansias de ver a la ciudad de lejitos. Hablo nada más y nada menos que del llamado "Cerro del Hotel Maracay", nombrado así por encontrarse su entrada principal frente al árbol mágico (Ficus benghalensis para ponerlo más realista) uno de los más emblematicos del estado, aunque originario de La India, siendo ironicamente un turista traido de tierras lejanas justamente quien represente con tal solemnidad al hotel que lleva por nombre la ciudad. Todas las tardes y mediodías pueden verse rios de gente haciendo el recorrido cuanto el corazón lo pida y las piernas lo aguanten, siendo el final común la llegada al llamado "Container" (si, es un container allá arriba, lleno de grafittis de nombres propios, sobrenombres, y promesas de amor eterno) viendo la ciudad a lo lejos desde 1.173 m.s.n.m y luego de un recorrido de 4.618mt, sin duda es agradable, hay quienes alegan que subirlo todos los días te hara vivir 100 años, y puedes agregarle una sazón frutal a las piernas cansadas tomandote un juguito abajo, o comprando en el mecadito de La Colonia Tovar que se pone a sus faldas todos los domingos en la mañana.
Nada de esto nos es ajeno a los Maracayeros, quizás hasta parte de una rutina, pero ¿quién dijo que no podíamos tener aventuras en el patio de nuestra propia casa? Luego del Container se ve un caminito trillado que se pierde entre las montañas serpenteantes que siempre me dió curiosidad, "Ese lleva a las Cocuizas" Decian por ahí, y cargados con una meriendita y suficiente (o no tan suficiente) agua, mi compañero de aventuras y yo decidimos ir a nuestra mini-expedición por la casa de nuestro vecino el Parque Nacional. La ruta está bien marcada, es prácticamente imposible perderse. Un señor blanquísimo con un sombrero de alas muy simpático nos señaló el camino diciendonos que necesitaríamos llevar bastante agua, cosa que ya me habian advertido, a lo que confiadamente respondimos afirmativamente y emprendimos nuestra ruta.
El camino al principio tiene subidas y bajadas, no tan empinadas como para cansarte, llevando a lomitas desde donde se puede suspirar como Dios manda y desde donde se ve a la ciudad miniatura al lado del inmenso lago de Valencia, como algo tan ajeno, el caos se ve frágil y pequeño, me sorprendió la nube marrón de fog que se extendía densa sobre mi hogar allá abajo, como un enemigo invisible listo para caer sobre nosotros, incluso me conmovió un poco ver la belleza de nuestro valle siendo tan irrespetada y me imaginé (como suelo hacer, una maña) cómo habría sido esto hace 100, 200 o 314 años ¿Qué Árboles habrian cubierto las calles de El Limón? ¿Cuántas rutas de venados o indios Tacariguas no habré pisado? ¿Cuántas reliquias precolombinas siguen escondidas en las orillas del lago, bajo casas o ranchos? ¿Cuán puro habría sido el aire?
Luego de las colinas la ruta del container se pierde y el camino es más recto, incluso en algunas áreas hay sitios donde si gustas, se puede instalar fácilmente un campamento para quienes quieren iniciarse poco a poco en el mundo de la aventura. Luego de un rato se ve a lo lejos un letrerito de madera similar al que está el El Container, el cual aportó la unica sombra donde nos guardamos en todo el camino, ya que la vegetación del cerro consiste en monte bajo, bromelias y árboles escuálidos de pocas hojas, todo seco y bajo un bellisimo y calurisísimo sol de verano. Fué en este anuncio donde nos dimos cuenta de que, efectivamente, no habíamos llevado agua suficiente, pero eso no nos quitó los ánimos (Tampoco la sed, pero no era mal de morir). En ese punto se encuentra una encrucijada, a la izquierda sigue un camino por la montaña que termina en un camino ciego, como un mirador, y a la derecha sigue hacia Las Cocuizas.
Tomamos el de la derecha y continuamos en un paisaje similar, pero a la izquierda se asomaba bordeando la montaña la carretera de Choroní, y vimos como en un juego de maquinitas a los autobuses dueños de la via ir a toda velocidad, y los carros de tamaño de hormiguitas detenerse ante su imponencia en las curvas. Se continúa hasta llegar a un camino más ancho claramente hecho por una máquina donde en un recorrido de vueltas y vueltas va bajando hasta que se siente la humedad de la vegetación boscosa, comienzas a oir un rumor de agua y a ver las Mariposas. Llegamos al rio donde nos lavamos la cara y tuvimos que tener una voluntad de oro para no dar tragos enormes de esa agua helada y probablemente contaminada. Al llegar al riachuelo se agarra a la derecha (muy importante porque a la izquierda se va a una comunidad no muy segura), Pasamos hacia el otro lado por una parte más llana y llegamos finalmente a nuestro destino. El parque está bien mantenido, el ambiente es increiblemente agradable, hay unos carritos donde comprar agua y chucherias.
Habíamos tardado 4h30min aproximadamente en completar la ruta. Luego de tomarnos 1,5L entre dos personas en menos de 3 minutos nos dimos el gusto de quedarnos con los piecitos dentro del rio, riendonos con unos niños juguetones y temblorosos que cazaban renacuajos (labor en la cual los ayudamos), y disfrutando de ese cansancio que trae la mezcla del ejercicio, el conocer lugares nuevos y el vivirlo con quien comparte tus pasiones.
Para vivir 100 años, pero dan ganas de vivir 1000 si se ve con calma y vértigo al mismo tiempo. |
Nada de esto nos es ajeno a los Maracayeros, quizás hasta parte de una rutina, pero ¿quién dijo que no podíamos tener aventuras en el patio de nuestra propia casa? Luego del Container se ve un caminito trillado que se pierde entre las montañas serpenteantes que siempre me dió curiosidad, "Ese lleva a las Cocuizas" Decian por ahí, y cargados con una meriendita y suficiente (o no tan suficiente) agua, mi compañero de aventuras y yo decidimos ir a nuestra mini-expedición por la casa de nuestro vecino el Parque Nacional. La ruta está bien marcada, es prácticamente imposible perderse. Un señor blanquísimo con un sombrero de alas muy simpático nos señaló el camino diciendonos que necesitaríamos llevar bastante agua, cosa que ya me habian advertido, a lo que confiadamente respondimos afirmativamente y emprendimos nuestra ruta.
Voy siguiendo la brúluja que llevo dentro, y la trilla en el camino. A un lado se observa una planicie donde se puede acampar |
El camino al principio tiene subidas y bajadas, no tan empinadas como para cansarte, llevando a lomitas desde donde se puede suspirar como Dios manda y desde donde se ve a la ciudad miniatura al lado del inmenso lago de Valencia, como algo tan ajeno, el caos se ve frágil y pequeño, me sorprendió la nube marrón de fog que se extendía densa sobre mi hogar allá abajo, como un enemigo invisible listo para caer sobre nosotros, incluso me conmovió un poco ver la belleza de nuestro valle siendo tan irrespetada y me imaginé (como suelo hacer, una maña) cómo habría sido esto hace 100, 200 o 314 años ¿Qué Árboles habrian cubierto las calles de El Limón? ¿Cuántas rutas de venados o indios Tacariguas no habré pisado? ¿Cuántas reliquias precolombinas siguen escondidas en las orillas del lago, bajo casas o ranchos? ¿Cuán puro habría sido el aire?
A lo lejos una sutil linea separa el aire que tenemos del aire que queremos. Culpa mia, culpa nuestra. |
Luego de las colinas la ruta del container se pierde y el camino es más recto, incluso en algunas áreas hay sitios donde si gustas, se puede instalar fácilmente un campamento para quienes quieren iniciarse poco a poco en el mundo de la aventura. Luego de un rato se ve a lo lejos un letrerito de madera similar al que está el El Container, el cual aportó la unica sombra donde nos guardamos en todo el camino, ya que la vegetación del cerro consiste en monte bajo, bromelias y árboles escuálidos de pocas hojas, todo seco y bajo un bellisimo y calurisísimo sol de verano. Fué en este anuncio donde nos dimos cuenta de que, efectivamente, no habíamos llevado agua suficiente, pero eso no nos quitó los ánimos (Tampoco la sed, pero no era mal de morir). En ese punto se encuentra una encrucijada, a la izquierda sigue un camino por la montaña que termina en un camino ciego, como un mirador, y a la derecha sigue hacia Las Cocuizas.
La única sombra en el camino |
Parque Las Cocuizas. ¡La humedad del bosque cónsona con el canto del rio! |
Habíamos tardado 4h30min aproximadamente en completar la ruta. Luego de tomarnos 1,5L entre dos personas en menos de 3 minutos nos dimos el gusto de quedarnos con los piecitos dentro del rio, riendonos con unos niños juguetones y temblorosos que cazaban renacuajos (labor en la cual los ayudamos), y disfrutando de ese cansancio que trae la mezcla del ejercicio, el conocer lugares nuevos y el vivirlo con quien comparte tus pasiones.
La carretera a las faldas del cerro, como un hormiguero de carros en miniatura ¿Quizás la próxima aventura? |
No es necesario viajar muy lejos para conocer y descubrir, probablemente hayan detalles que nunca veamos asi esten en la punta de nuestra nariz. ¿No es emocionante?
¡Nunca dejemos de sorprendernos!
Gala
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